miércoles, 24 de junio de 2009

Perdida del paraiso


Más de la mitad de mi vida he habitado en la Gran Ciudad de México. En algún tramo del camino fui expulsado del paraíso que son la provincia y el campo; no sé si fui atraído involuntariamente como polilla a la luz de una vela. Ahora, con crisis recurrentes como la contaminación y las alertas ambientales, la crisis del agua en el sistema Cutzamala o la influenza porcina, volteo al pasado y me pregunto qué me retiene en la Metrópoli. Ya no veo televisión, no asisto al cine, hace mucho tiempo el teatro dejó de interesarme; quizá la comodidad de tener todo a la mano fue lo que me ha mantenido aquí. Pero últimamente, como creo que a todos pasa, la vida ha morigerado mis gustos, apetitos y aficiones. Ya no me interesa la moda para vestirla, la carne ya no es mi platillo favorito cuando imagino el sufrimiento animal y mis satisfactores se han reducido a mis mínimas necesidades. La cultura urbana es artificial así que puedo prescindir de ella.
Volteo a ver la forma de vida sencilla del campo y vislumbro las causas de las crisis. Atisbo en los conocimientos básicos, en lo leído sobre la vida en el planeta, la sobrepoblación de algunas especies y las formas de control poblacional. Primero fue la gripe aviar y me imaginaba las granjas sobrepobladas de gallinas en un proceso interminable de postura, con organismos forzados químicamente a poner y poner y poner, encerradas en jaulas que les impiden moverse, con luz día y noche; sufriendo. Ahora es la influenza porcina e imagino granjas también sobrepobladas, con cerdos inmóviles engorde y engorde y engorde, con la certeza de su corta vida en una imaginación colectiva, porque el hecho de que no hablen no es prueba de que no piensen. Deben sentirse impotentes ante su destino.

La evolución nos ha dotado, a todos los seres vivos, de mecanismos de supervivencia. En las mariposas de colores vivos que advierten de su toxicidad, igual que algunos anfibios, el desarrollo de estos medios de defensa no son por voluntad ¿no será posible que estos virus sean vehículos de defensa de las aves y los cerdos? Por lo pronto si viviera en el campo tendría cerdos y aves, pero individuos felices que corran, picoteen y hocen en la tierra, que vivan felices como hijos del planeta. Y yo, en lugar de habitar una ciudad sobrepoblada, en un departamento bonito, pero reducido, sentarme las tardes después de trabajar, ver plantas, animales, un mar de árboles y un cielo hermoso, mientras me mezo y tomo una cerveza.

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